jueves, 19 de marzo de 2009

Diferencias entre Lengua oral y escrita

Quizá la mayor parte de los problemas que enfrenta el redactor con poca experiencia se derivan de considerar a la lengua hablada igual a la escrita, y así supone que, puesto que habla el español es capaz de escribirlo. La verdad es que la lengua oral y escrita presenta diferencias de importancia que por fortuna para nosotros han sido descubiertas por los lingüistas. El grupo de estudiosos de la lengua reunidos en el conocido Círculo de Praga ha dejado establecidas las principales diferencias y con base en sus principales señalamientos podemos destacar tres elementos – el gesto, la entonación y el sobreentendido – que, presentes en la lengua oral, no aparecen en la lengua escrita, por lo que el autor, además de conocerlos, debe esforzarse por sustituirlos.
A no ser que se trate de un lenguaje grabado, la lengua oral siempre se encuentra en situación, esto es, el hablante está en un lugar y un momento determinados, rodeado de cosas y personas, y para comunicarse utiliza, además de la entonación de la voz, apoyos como el movimiento de las manos y la expresión del rostro. Un texto, en cambio, no dispone de estas ayudas y se desconoce por quién y en qué momento va a ser leído, ya que una vez escrito, se desprende de su autor, circula y adquiere vía propia al margen del redactor.

El gesto

Sin advertirlo, el hablante puede recurrir al gesto para completar, enfatizar, modificar y aún sustituir el significado de sus palabras. Tanta capacidad de expresión tiene el gesto, que de algunos de ellos puede afirmarse que están codificados; tal es el caso, en nuestro medio, de doblar el dedo índice frente al pulgar para indicar dinero o mover la mano en señal de adiós o despedida. Muchas de estas formas de la mímica tienen un contenido enfático, como levantar las cejas para expresar duda, levantar los hombros en señal de indiferencia o fruncir el entrecejo como signo de preocupación.
El hablante no siempre es consciente de la gran cantidad de frases que deja sin concluir y que completa con este elemento extralingüístico que conocemos como gesto o lenguaje mímico. Puesto que el redactor carece de este apoyo en el momento de escribir, es indispensable que preste especial atención a redondear las oraciones o frases con el objeto de no dejarlas inacabadas, así como expresar con palabras aquellos énfasis que en la lengua oral se manifiestan con el gesto.

La entonación

En el lenguaje oral, el hablante imprime una inflexión, línea o curva melódica a su frase para otorgarle determinado sentido. A través de la entonación, el hablante puede transmitir un sentido en el terreno de la lógica, de la emoción o de la voluntad, y cada uno de estos aspectos implica una variedad tan amplia que sólo puede sugerirse con la siguiente enumeración: afirmación, duda, interrogación, entusiasmo, insinuación, ruego, ira, serenidad o mandato. Es tal su importancia en la comunicación, que se ha llegado a decir que la entonación añade un significado más al mensaje. Baste pensar que una misma frase, por ejemplo, “lo que tienes son celos”, puede expresar un simple enunciado, o bien una pregunta, o cierto dejo de burla, o ira desbordada, según se le otorgue distinta entonación. Incluso algunos cambios en la voz pueden modificar en su contrario el sentido directo de las palabras, como la lengua hablada a una frase como “simpática la muchacha”, gracias a un tono irónico la convertimos en el señalamiento de la antipatía que despierta.
El redactor, en cambio, no dispone de la entonación en su texto y esta ausencia es difícil de notar, porque cuando el autor lee su escrito, aunque sea en silencio, le añade de manera automática la entonación y cree que el texto la incluye. Un pálido reflejo de la entonación de la lengua hablada es la puntuación que, aunque no en su enorme variedad, al menos indica al lector algunas de las entonaciones y de las pausas (que también indican ciertos tonos) con que debe leerse el texto. Que éste es el objetivo de la puntuación parece especialmente claro en los signos de interrogación y de admiración; aunque menos evidente, también los paréntesis, los guiones, la coma, el punto y coma, los dos puntos y el punto sirven para indicar al lector cómo leer un texto. Sin embargo, es evidente que las señales que transmite la puntuación son incomparablemente más pobres que las posibilidades que encierran los diferentes tonos de la vos.
Esta pobreza es especialmente notable en los casos en que el redactor piensa una ironía significada por la entonación y cree que el lector pueda captarla. Muy común es que el redactor escriba una frase como: “El gran rigor que distingue a estos investigadores se expresa en el carácter dudosote las fuentes, en la mezcla ininteligible de metodologías y en la confusión de los términos”, y supone que el lector va a añadir un tono irónico en la frase “el gran rigor”. En realidad, ha escrito un mensaje contradictorio. Sería preferible, puesto que la ironía exige una mayor destreza, que el redactor hubiera escrito de manera directa: “La falta de rigor…”

El sobreentendido

Puesto que implica la presencia física del hablante y el destinatario, la lengua oral siempre se expresa en un contexto, en una situación determinada, que por su sola existencia permite omitir información que de otro modo sería indispensable para comprender el mensaje. Pensemos, por ejemplo, en un salón de clases, donde la situación posibilita que la referencia “el autor considera…” remita sin equívocos al encomendado para su lectura desde la clase anterior. Esta misma información vertida en forma escrita, por lo tanto, al margen de una situación, obliga a proporcionar una información libre de sobreentendidos:”En Visión de Anáhuac, Alfonso Reyes considera…”
La amplitud y el carácter desconocido de los destinatarios de nuestro texto es una segunda razón para desechar los sobreentendidos y sustituirlos por una información que ponga en antecedentes al lector para la cabal comprensión del mensaje. Así, no es inútil precisar:”George Boole, matemático inglés, creador del álgebra que lleva su nombre…” o “En Vilna, capital de Lituania…” Hay que recordar que el lector no está obligado a compartir la misma cultura o información que posee el redactor.

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